Cuatro años CON Esther
Han pasado cuatro años desde que Esther García Díaz dejó la lucha activa, a la que llevaba dedicada cuatro décadas tanto en el ámbito social y vecinal como, sobre todo, en el político. Su muerte nos ‘obligó’ a todos a decirle adiós, pero su impronta sigue tan viva en Torrelavega como el primer día de aquella legislatura de 1991 cuando entró a formar parte de la actividad en el Ayuntamiento, primero como secretaria del grupo municipal de Izquierda Unida y, después a partir de 1999, como concejal electa de IU y de ACPT.
Íntegra, reivindicativa, coherente, mujer de raza, fiel con sus ideas… muchos son los calificativos que, tanto en vida como tras su muerte, se han dicho de Esther García Díaz. Y todos en la misma línea, destacando la férrea lealtad que mantenía con sus ideas y sus ideales. Es por ello que desde hace tres años su memoria es recordada a través del Premio Esther García a la Lucha Popular. Un galardón que precisamente esta tarde se entrega en Torrelavega al colectivo de Vallecas (Madrid) Madres por la Represión, en un acto convocado en la Casa de Cultura a las ocho de la tarde.
Una agrupación con la que Esther García compartió mucho, especialmente allá por los años 90, cuando su hijo Raúl Molleda – el primer insumiso cántabro- tuvo que cumplir condena en la cárcel de El Dueso por negarse a hacer la mili. Molleda llegó a protagonizar la portada del dominical del diario El País, desde cuyas páginas defendía unas ideas tan claras como las que guiaron a su madre durante sus 66 años de vida. “Mis enemigos no son los marroquíes, sino el paro, la destrucción del medio ambiente, la pobreza, las malas condiciones de vida… De todo esto no me puede defender ningún ejército”, reivindicaba aquel verano de 1994 Raúl Molleda.
Esther García dejó una herencia en el Ayuntamiento de Torrelavega de cómo hacer política que difícilmente encontrará relevo. Las puertas de su despacho siempre estaban abiertas, y a ella acudían a diario en busca de ayuda decenas, centenares de personas. Las colas a la puerta de su oficina eran una constante. Ella era capaz de tender la mano que se les negaba en otros despachos, de escuchar los problemas con paciencia. En este ámbito, era una persona que mejoraba el lugar por donde pasaba, que sumaba. Y que tenía una marcada vena cultural: escribía poesía, representaba cada año una escena de La Rutona en las marzas junto a Gloria Ruiz, etcétera.
Pero Esther también tenía otra faceta. La reivindicativa. La que la convertía en la concejal más incómoda de la Corporación, porque luchaba a brazo partido por buscar soluciones a los problemas de la gente de la calle, a los problemas del día a día. Su gesto duro, su discurso directo, la generó más de un enfrentamiento durante los debates políticos, especialmente en las sesiones plenarias.
A la vez era una de las voces más respetadas y, diferencias políticas al margen, era muy apreciada y mantenía excelentes relaciones con el resto de formaciones, que no dudaron en sumarse a ella para hacer frente común ante determinados asuntos que por lógica coherencia les unía, incluso partiendo de posturas ideológicas antagónicas. Y es que la buena política, la política con mayúsculas, nunca ha entendido de colores.